Diario del coronavirus

¿Cómo se narra lo inenarrable? ¿Cómo se modela narrativamente una experiencia nueva, desconcertante y al mismo tiempo amenazante, pero no exenta de ironía y humor?

En su Diario del coronavirus, el escritor español Juanjo Ávila García -nacido en 1971 y residente en Granada, @literaturacine en Twitter- brinda su propia respuesta, y el resultado es una crónica digna de recordar sobre estos meses que han unido las diferentes orillas del mundo en el mismo desconcierto, en la misma pena y también en la misma resiliencia.

Si bien el Diario, publicado por editorial Adarve, está bien situado en tiempo y espacio -desde la alarma del domingo 15 de marzo que abre el libro hasta el final del 7 de mayo, en esa Granada que «se ha convertido en un cementerio de doscientos mil enterrados vivos que yerguen sus cabezas como lirios en los nichos de las ventanas, en los mausoleos de los balcones»- el relato resulta universal porque surge de lo más profundo de lo humano: el temor, la duda, la soledad, la hipocondría, la desesperación, y también la salvación por las artes, la lectura y la sonrisa.

«Se trata de una comedia de confinamiento en la que, como contrapunto a la tragedia de la pandemia, narro con tono lúdico las aventuras del protagonista. La obra está llena de toques de poesía, misterio y género negro. He mezclado tonos de modo que resulte tan divertida de leer como lo fue de escribir, eso sí, acariciando el estilo, la clave de la escritura». 

Juanjo Ávila García (entrevista en tregolam.com)

El relato es la historia de Juanjo, narrada en primera persona y -el título dice- en forma de diario, atravesado por experiencias cinematográficas y literarias que remiten al personal acervo del autor. Un poco de realidad y un poco de ficción, un poco de verosimilitud y un poco de inverosimilitud: así logra reconstruir de a retazos, pero conformando un fresco oscuro y patente de los meses de confinamiento, esa sensación de extrañeza que la pandemia y las cuarentenas impusieron en todo el mundo y que en cualquier año que no fuera 2020 habrían parecido fruto de la más enferma de las imaginaciones.

El misterio y el peligro rondan la novela, como metáfora del año del coronavirus, esa amenaza invisible que se coló por todos los rincones e invadió vidas arrastrando proyectos y sueños: allí están los extraños personajes que aparecen como sombras tras las huellas del protagonista, balanceados por otros más terrestres que aportan una dosis de realidad y alivio. Y todos ellos narrados con un vocabulario expresivo, de colorido espesor, capaz de transmitir la sombra de la enfermedad y la esperanza que así y todo nunca desaparece.

El temor acecha en cada página, como en cada esquina de esa Granada literaria: «Pensé que la peor pandemia sería el hambre cuando la miseria superase al miedo». Pero allí está la escritura, para salvar: «Intentaré hoy, alquímicamente, transmutar mi infelicidad en la felicidad de la escritura». Esa escritura hace aparecer lo que hoy es cotidiano y no debe ser olvidado en el futuro: las calles desiertas, el silencio colándose entre los ventanales, las mascarillas, la muerte, el virus. En ese sentido, el Diario del coronavirus es una novela-testimonio, que no duda en incorporar elementos levemente fantásticos para reconstruir ese sentimiento de agobio y persecución que serían insoportables narrados desde el realismo más estricto: al fin y al cabo -afirma el Juanjo narrador- «la literatura y el cine eran preferibles a la medicación». Un opio más amable y creativo que cualquier pastilla, y también más salvador.

Y es que además, el Diario del coronavirus es una novela profundamente literaria: «El cine y la literatura son un salvoconducto para los viajeros inmóviles», dicho poética-narrativamente. Allí están página tras página, para dar testimonio, La hija de Ryan, de David Lean, Flecha rota, de Delmer Davis, Esperando a Godot, el Diario del año de la peste de Daniel Defoe, La ventana indiscreta de Hitchcock, por supuesto La montaña mágica de Thomas Mann. Solo algunos entre muchos nombres que conforman el entramado de filmes y libros subyacentes en el esqueleto de esta personal crónica de la pandemia.

Esta novela es una novela de atmósfera: no pesa tanto lo que pasa, el ir y venir de sus personajes, las vicisitudes narradas con habilidad y tensión, sino el ambiente interior del narrador y su proyección en ese raro mundo exterior creado por el confinamiento. Un recordatorio no solo del año que fue, sino también una advertencia tangible de lo que puede estar por venir.

Así comienza el Diario del coronavirus

DOMINGO, QUINCE DE MARZO: ALARMA

Como parientes solícitos, los muebles del salón me observan con preocupación mientras escribo a las 06:00 de la mañana. A mis dedos, las teclas del ordenador se deslizan con un rumor de lluvia fina. Granada duerme en paz. Pero tiene una pesadilla. Y su paz es la paz de la muerte, la parálisis de la muerte. A lo largo de todo el día de ayer esta paz recorrió las calles como un cortejo de tinieblas. Granada se ha convertido en un cementerio de doscientos mil enterrados vivos que yerguen sus cabezas como lirios en los nichos de las ventanas, en los mausoleos de los balcones. Peinando los tejados con las almenas de sus torres, la tejados con las almenas de sus torres, la Alhambra intenta consolar la congoja de Granada. Las fuentes del Generalife lloran lágrimas de sangre. No volveré a criticar a los granadinos. Antes lo he hecho por granadino, no hay nada más granadino que criticar a los granadinos. Después de tanto renegar de Granada por molesta, humosa, sucia de rutina y bulliciosa, sobre todo por bulliciosa, ya la estoy echando de menos. Me ha hecho cambiar el sabor tan amargo de esta Granada desangrada. Dejo de escribir para leer un correo electrónico que se acaba de alojar en mi buzón. Atónito, compruebo que en el cuerpo del mensaje solo consta una x, sin más explicación. Ignoro quién puede ser el remitente. Proviene de una dirección que me es desconocida. ¿A quién puede habérsele ocurrido escribirme a estas horas, para colmo una x? Parece que con ella el emisor ha querido resaltar en el texto la anonimia de su firma. Pero supongo que se tratará de un error o una broma, no lo tomo por amenaza; no tengo enemigos, tampoco buenos amigos. Retomo el diario, algo descentrado. Se me hará raro no recurrir a los artificios de la ficción, no tendré que inventar nada; los hechos ya parecen basados en la distopía de una ciencia ficción. Para mí no supone un cambio encerrarme bajo siete llaves, prisionero de mí mismo, para escribir. Pero no podré renovar mis lecturas en la biblioteca, habrá que desempolvar viejos clásicos. Por otra parte, dispongo de innumerables películas para poblar con sus tramas el tapiz de sombras. Me guardaré en casa, pues, sin apuro.